jueves, 31 de diciembre de 2009

Igualdad de Género

foto tomada de internet

Lo masculino y lo femenino, es algo que siempre ha estado entrelazado entre lo biológico y lo social, se nace con un sexo y se es criado luego con determinadas reglas que condicionan al género.
Desde los padres, la familia en general, la escuela, hacen del género un motivo de diferenciación. Se nos inculcan valores y creencias que van marcando el camino para el modo de vida que tengamos luego como adultos.
Los roles que según las características de la sociedad del momento eran asignados a la mujer y al hombre fueron cambiando.
Años atrás se educaba y preparaba a la mujer para ser "ama de casa" ella estaría al cuidado de los niños que nacieran del matromonio, sería quien administrara el hogar, y quién fuera la que atendiera las necesidades del resto de la familia.
Por su lado, el rol masculino era el de proveedor, era el encargado de salir a trabajar para conseguir los bienes materiales para sostener a la familia que había formado.
La mujer fue vista durante mucho tiempo como "inferior" al hombre, ya desde un punto de vista físico como emocional.
Fue durante la Revolución Francesa, y luego en Estados Unidos que surgieron fuertemente , los valoresa de la modernidad explicitados en los términos de "igualdad, fraternidad, libertad". A partir de esos principios la mujer empieza a reclamar sus derechos como ciudadana.
Así surge un movimiento de mujeres que piden participación social y económica igualitaria entre ambos sexos.

Así de a poco empiezan a aparecer mujeres en el mundo cultural, de las ciencias y la literatura.
Otro momento importante, fue en los años 60, cuando la mujer empieza a reclamar su derecho a su sexualidad, y a que la misma deje de ser sólo en referencia a una función reproductora.

Así en un breve historia comienza a abrirse el tema en la sociedad, de la igualdad entre los géneros.
Valeria Vergara

martes, 29 de diciembre de 2009

IRENE ( por Angeles)


IRENE


Irene vino al mundo en un campo de trigo, en el campo que su madre segaba a jornal cuando le vinieron los dolores del parto.

Tenía 14 años, había crecido entre pinares, junto al fragante aroma de la resina de los pinos y el dulzón y acre olor del ganado.
Era la mayor de seis hermanos. Sus padres eran jornaleros en el campo, su padre de cuadrilla y su madre solo en ocasiones, cuando su vientre que se resistía a quedar vació por mucho tiempo se lo permitía.

Con sus cortos catorce años, Irene era feliz, había poco que comer y poco que vestir, pero ella gozaba de esa felicidad que se tiene cuando el futuro todavía no esta escrito.

Aquel año el invierno fue extremadamente duro, el trabajo escaseaba en el campo y la despensa estaba más vacía de lo habitual; por eso no resulto extraña la visita del párroco, no era la primera vez que pasaba por la casa de Irene con un cestillo con patatas o legumbres, hecho que se celebraba en la casa con desmedida alegría.

Miguel, el padre de Irene miro al cura y el desencanto apareció en su rostro, no traía ningún paquete consigo.

-Miguel traigo buenas noticias.
-Usted dirá Padre- los dos hombres se sentaron junto al hogar.
-Miguel, ya sabes que mi hermana vive en la capital… pues bien, me ha escrito y me ha dicho que unos señores que ella conoce… de muy buena familia por supuesto y muy bien situados…. Bien…. esos señores necesitan una chica para las faenas de la casa, la mujer que tienen desde hace años se ha puesto enferma y ha tenido que partir a su pueblo con el fin de restablecerse-
-¿Y eso padre, que tiene que ver con nosotros? - pregunta el jornalero todavía decepcionado por la ausencia de las dadivas comestibles del cura- Además, ya sabe que Maria esta encinta otra vez, por lo que no es el mejor momento para que se ponga a servir, ya sabe usted lo mal que se pone cuando esta preñada.
-Tranquilo Miguel, déjame acabar y lo entenderás.

El cura mira a Miguel con cara de satisfacción, -No es en Maria en quien hemos pensado mi hermana y yo, es en Irene, es una buena chica y muy trabajadora Miguel, seria un trabajo estupendo para ella y sobre todo para vosotros; tendrá que vivir en la casa por supuesto, pero el jornal no esta nada mal, tendrá comida y ropa… seria una solución para todos-

Miguel mira a Maria de reojo y esta asiente.

Irene se marcho un domingo de casa; en un pequeño atillo llevaba todas sus pertenencias, una muda, un par de medias que habían pertenecido a su madre y una bata heredada de una tía que había muerto en primavera; en un paquetito atado con un trozo de cordel guardaba la comida para el viaje, una cebolla y un trozo de pan negro.
-Madre, no quiero marcharme- dijo Irene con los ojos húmedos mientras recogía sus pocas pertenencias-Yo puedo ir a la era con padre, o ayudar a la tía Engracia en la tienda, seguro que me da algo a cambio de ayudarla.-

-No digas tonterías- contesto su madre, sabes que somos muchos en casa y no hay casi para comer, es un buen trabajo, así que déjate de remilgos y pórtate bien con esos señores, deja ya de hacer pucheros como una niña pequeña y suénate los mocos.

Irene miro a su madre, esta, era una mujer curtida por las necesidades, dura y fría como el hielo, jamás se dejaba llevar por tonterías sentimentales, su filosofía se basaba en que los sentimentalismos no dan de comer, por lo que era absurdo perder el tiempo con ellos. Irene hubiese dado cualquier cosa por un beso y unas palabras tiernas de su madre.

El viaje duro un día entero, Marcelo, el capataz de las fincas que daban de comer a casi todo el pueblo, marchaba hacia una pedania cercana a la estación de tren por asuntos del amo, por lo que la llevo en el carro hasta el apeadero más cercano, desde allí Irene hizo el camino andando hasta la estación donde debía coger el tren que la llevaría a la capital.
Una vez en la ciudad, la esperaba una sirvienta que trabajaba para sus nuevos señores, una mujer vieja y enjuta, con la apariencia de una rama seca y retorcida de sarmiento, que apenas abrió la boca durante todo el camino hasta el nuevo hogar de Irene, hecho que esta agradeció , se sentía tan aturdida que era incapaz de hablar.

Así comenzó Irene a escribir su viaje hacia el destino.

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Maria daba el pecho al pequeño nacido apenas un mes antes, mientras, Miguel intentaba atizar el fuego en el hogar; había llovido mucho las ultimas semanas y la leña estaba húmeda, un ligero humo llenaba toda la estancia, daba la impresión que la niebla que flotaba abajo en las eras se hubiese colado dentro de la casa, prolongando el aspecto irreal del paisaje dentro de la pequeña habitación.

-¡Padre! ¡Padre!- Jacinto, el segundo de los hijos entro corriendo en la casa-
-¡Padre! ¡Irene!, Irene viene por la cuesta, es ella seguro.

Maria y Miguel se miraron.

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-Eso que dices no puede ser verdad, seguro que son imaginaciones tuyas, el padre Antón dice que es una de las mejores familias de la capital.
-Hija ¿Estas segura de lo que dices?
-Si padre, creame, no miento, ese hombre… ese hombre me da miedo…
Si supiera usted como me mira… y me persigue… cuando nadie le ve. Si supiera lo que me dice… Irene sollozaba de manera callada mientras hablaba con sus padres.

-Estas confundida, seguro- Maria mira con gesto recriminatorio a Irene-Lo confundes todo, no eres más que una niña que ve fantasmas donde no los hay…

Irene volvió dos días después a hacer todo el camino de regreso al infierno; sus padres decidieron que los nervios y la lejanía del hogar producían extrañas visiones en Irene, que ningún fundamento sostenía sus extrañas ideas, ni siquiera comentaron nada con el padre Antón, valedor de aquella destacada familia.
Irene tenía que regresar, debía hacerse adulta y si daban pábulo a sus fantasías difícilmente lo conseguiría.

La primavera se agotaba y el verano llamaba ya a la puerta.
El día que regreso Irene ni una sola nube manchaba el cielo, una ligera brisa mecía los campos de cebada recordando un inmenso mar de reflejos verdes.

La vieron en la puerta cuando regresaban del pinar, acurrucada junto al banco de obra que rodeaba el porche. Parecía dejada caer, inmóvil, como una estatua a la que el tiempo ha borrado los perfiles. Lo único que aun parecía tener vida en ella, era su mano derecha que aferraba con fuerza una carta.

Todo lo que sucedió después fue confuso, Irene no hablaba, se dejaba llevar como un muñeco de aquí para allá sin decir palabra, sin que sus ojos miraran, solamente aferraba la carta, sin soltarla, como si esta fuera un puente entre ella y el mundo exterior.

Tuvieron que arrancarle la carta de las manos y mandar llamar a Don Antonio, el medico del pueblo de al lado, con el fin de que reconociera a Irene y les leyera la carta; eran muy pocos en los alrededores que supieran leer.

La carta era de la señora de la casa donde Irene había estado trabajando, y en ella mostraba su más absoluto rechazo al comportamiento de Irene, comportamiento que la obligaba a despedirla de manera fulminante. Irene había resultado ser en opinión de aquella sensata mujer poco más que una mujerzuela, indigna de seguir trabajando en aquella respetable casa. No solo era evidente su comportamiento atrevido y procaz para con el señor, si no, que eran evidentes sus intenciones inmorales con el mismo. La prueba de todo esto era la más que evidente preñez de Irene, de la que le era imposible dar razón a su familia a causa del disoluto comportamiento de la muchacha, solo Dios debía saber que pobre desgraciado podría ser el padre de la criatura que Irene llevaba en su vientre.

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La partera la animaba a gritar, le decía que ayudaba a soportar los dolores del parto, pero Irene solo apretaba la boca, ningún sonido salía de su garganta, era así desde el día que regreso. En casa al principio se preocuparon, pero el paso de los días y semanas sin que la actitud de Irene cambiara, había conseguido que terminaran por aceptarlo.

-Mira hija- dijo Maria mostrando un pequeño bulto arrugado y oscuro que no paraba de gimotear - Es una niña, mira a tu hija Irene-.

Irene miro a su madre y por primera vez en meses mantuvo la mirada fija.
-No entiendo lo que dice madre, no se de donde se ha sacado la loca idea de que eso que lleva en brazos es mío. No tengo ni idea de lo que me habla, no tengo ninguna hija, solo tengo quince años madre, como voy a tener una hija-. Irene sintió que un confortable vació la llenaba, noto la caricia de la nada, la dulzura del frió que empezaba a instalarse en ella y por primera vez en mucho tiempo, sintió algo parecido a la felicidad.

A la niña la llamaron Juliana; Juliana se convirtió en la hija pequeña de Maria y Miguel y nunca llamo madre a Irene, ni esta, la miro ni la trato nunca como a una hija.

Pasados muchos años Irene se caso con un pastor de un pueblo colindante, tuvieron siete hijos y vivió una larga vida llegando a los noventa y ocho años de edad.

Juliana por el contrario siempre vivió sola, pasando de ser la hermana de su madre, a la tía de sus hermanos, nunca se caso ni tuvo hijos; ya anciana, una mañana de invierno se tiro al rió, acabando así toda una vida de suplantaciones, donde ella nunca tuvo la palabra ni fue nunca la que era.

Irene fue mi bisabuela, nunca la conocí.
Mi madre guarda una foto de ella, una vieja imagen descolorida por el paso del tiempo, donde se ve a una anciana minúscula y arrugada, que más bien parece un nogmo que una mujer.
Mi madre dice que fue una mujer seria y adusta, que nunca daba besos ni sonreía, pero que cualquier excusa la servia para dar un buen pescozón.

Provengo de una larga estirpe de mujeres frías como el hielo y duras como las piedras, donde el deseo de sobrevivir las convirtió en estatuas de sal, mujeres que eligieron el vació al sufrimiento, quedando su impronta plasmada en los genes, como una especie de antídoto o legado para las siguientes generaciones.

Creo que en mi caso todavía no esta todo perdido, lloro a menudo (pero solo, cuando no me ve nadie).

Ángeles muchas gracias por compartir esta historia.... cuántas habrá como ellas, cuántas mujeres que nunca se animarán a hablar.... Gracias de corazón por tu colaboración. Mi querida Ángeles de España

Mira Ostromogilska,Una heroína de novela, pero real

Bongiovanni, Julián ( foto)

Por Alejandro Parisi
Para LA NACION - Buenos Aires, 2009

La categoría "novio/marido/pareja de la amiga de tu mujer" es como el último cajón de la mesada: allí uno puede encontrar de todo. Y no quiero decir que está mal que sea así, pero por eso más de una vez me vi compartiendo cenas, cumpleaños y salidas con tipos con los que no llegaría a establecer ni la más mínima relación aunque estuviéramos solos en una isla desierta. Con Ary Erlich, "el marido de Alejandra Cosovschi, la amiga de mi mujer", venimos soportando esto hombro a hombro por más de diez años. La amistad que antes sólo unía a nuestras mujeres hace tiempo se extendió hasta nosotros, a base de comidas y sobremesas, y desde hace mucho que los considero mis amigos, tanto a él como a su mujer. Por eso, el día que vino a mi casa y, sentado en el sillón del living me dijo que quería que escribiera la historia de su familia me sentí bastante incómodo. Todos tenemos la fantasía de que nuestra vida y la de nuestra familia son dignas de ser contadas en un libro. Sin embargo, en este caso los méritos no eran injustificados. A lo largo de nuestros diez años de amistad, Ary y Alejandra me habían ido contando algunas historias extraordinarias de la vida de los abuelos y del padre de Ary, judíos polacos sobrevivientes del gueto de Varsovia. ¿Cómo negarse al pedido de un amigo? Acepté, y pocos días después de su visita, al fin conocí a los Erlich.

Me esperaban en la casa de Mira Ostromogilska de Erlich, la abuela de Ary, viuda de Edek Erlich, y estaban su hijo Teo, padre de Ary, Ary y su primo Santiago, hijo de Alice, la otra hija del matrimonio Erlich. Con temeridad, hice mi presentación como autor y les hablé de los cuentos míos que integraron diversas antologías y de la novela que había publicado hacía ya unos años, aunque creo que evité decirles que trataba de un adolescente que reparte empanadas y cocaína. No quería que se hicieran la misma pregunta que yo venía haciéndome desde la visita de Ary: "¿Y vos vas a poder escribir esto?"

Me apuré en aclararles que sólo escribiría la historia en forma de novela, que si bien seguiría el hilo de sus vidas y respetaría cada hecho, año y lugar en que había ocurrido lo que me contasen, lo escribiría como ficción, es decir, recreando las situaciones e inventado otras. Antes de empezar, prefería escribir un capítulo para que ellos pudieran decidir si les gustaba o no mi trabajo.

Aceptaron con un parpadeo, como si no tuvieran tiempo para detenerse en mis estúpidas formalidades. Atropelladamente, Teo comenzó a decir que esa mujer que estaba junto a él y decía ser su madre en verdad era su tía y que habían guardado el secreto durante 50 años... Si quería que escribiera su historia, no era para vanagloriarse de las hazañas de sus padres, sino para conocer su propio pasado, su origen, a esos padres biológicos que había tenido y de los que no sabía casi nada. Por lo tanto, mi responsabilidad era doble: el primer lector interesado sería el mismo protagonista de la novela.

En aquella reunión inicial, Mira apenas si habló. Agregaba datos, respondía las preguntas de un Teo excitado, pero no se explayaba mucho. Por lo que sabría más tarde, también hablaba polaco, alemán, inglés y francés, pero en su español aún quedaban sonidos polacos y le costaba traducir algunas expresiones. Eso inmediatamente me hizo pensar en Chichina, mi abuela siciliana, que vive desde hace más de 50 años en la Argentina y está convencida de que esa mezcla de dialectos que ella habla es español puro. La asociación sirvió para acercarme a Mira no sólo como personaje, sino también como abuela de mi amigo. Esa vez Mira sólo contó un episodio que había tenido con un miembro de las SS, algo muy violento, y lo relató con tal precisión que lo elegí como argumento para probar el tono y la postura narrativa del posible relato.

Me despedí de los Erlich y una semana después, en agosto de 2007, les envié cuatro páginas. Hice trampa: la anécdota de Mira era demasiado buena como para detenerse en las nimiedades literarias del texto. Así fue que ellos aceptaron y yo comencé a escribir mi segunda novela.

La forma de trabajo era simple: me encargaba de confeccionar una guía de preguntas siguiendo el orden cronológico de la novela, algo que Mira nunca respetaba. A lo sumo respondía las dos primeras preguntas, pero luego hacía un silencio con la vista perdida y una sonrisa a veces de satisfacción, otras de pánico, y decía: "¿Yo le conté la historia de??" Imposible detenerla o regresarla a mi cuestionario cuando yo sabía que esa historia que comenzaba a contar era más asombrosa que las anteriores. Por momentos, tenía ganas de decirle: "Disculpe, Mira, me voy a escribir esto y vuelvo". En otras ocasiones me costaba mantener la entereza frente a las cosas desgarradoras que contaba con tanta naturalidad; era capaz de interrumpir el relato de un fusilamiento para decir: "¿No quiere comer un pepinito?", señalando la mesa cubierta de platos riquísimos.

Conversamos una docena de veces a lo largo de un año. Tenía un humor fino, y podía hacer chistes incluso con las anécdotas más terroríficas. Supongo que eso la ayudaba a seguir viviendo. Nunca dejaba de sorprenderme su memoria. A veces, casi con infantilismo, la probaba con preguntas ridículas que no necesitaba que me respondiera, pero que ella igual contestaba. Las pocas oportunidades en que no recordaba algo, se mortificaba e insultaba en polaco, pero al cabo de unas horas me llamaba a mi casa para darme la respuesta. Había tenido que callar su historia durante 50 años, pero no se le había borrado ni la más mínima escena de aquellos años. Cuando hablaba de su hermana, se le nublaban los ojos; cuando hablaba de París, sonreía con nostalgia. Recordaba todo: la invasión de Polonia, los nazis, el gueto y las deportaciones. Algunas circunstancias las recordaba con una nitidez escalofriante. Si bien ni ella ni su marido habían pasado por campos de concentración, poco a poco me fui enterando de las estratagemas que habían tenido que inventar para sobrevivir: habían vivido de incógnito entre soldados alemanes poco después de haberlos combatido junto con los partisanos polacos, y encerrados en una fosa, en una fábrica y otros escondites salvadores; habían vivido en la Berlín de la ocupación estadounidense, en París durante la posguerra; habían navegado dos semanas en un transatlántico escapando de la Europa desolada en búsqueda de la felicidad en América para llegar a una Argentina enlutada por la muerte de Evita... Mira se fue revelando como lo que era: una heroína de novela de aventuras en el contexto del Holocausto.

Pasé un año escuchándola hablar, en persona y a través de los auriculares, tratando de ordenar el relato saltando de archivo en archivo, adelantando y retrocediendo sus palabras hasta ubicar los hechos en el tiempo o encontrar la descripción de determinado lugar, determinado personaje. Eso que Mira contaba sobre ella y su marido había ocurrido hacía más de medio siglo, pero era nuestro presente narrativo. Demasiado emocionante, dramático y complejo como para permitirme ralentizarlo con un tono académico o perderme en un arrogante juego de recursos literarios. "Entonces todo momento podía ser el último, era en sí el último y el único: no había lugar para adornos, experimentos, literatura, sólo para la verdad real, en las cosas y más allá de ellas y para el amor, siempre truncado e indefenso, pero capaz de sostener, por sí solo, un mundo que, de lo contrario, se habría deshecho y anulado." (Carlo Levi, carta a su editor con motivo de la segunda edición de Cristo se detuvo en ...boli ).

Después de contar algo terrible, siempre usaba la misma frase: "¿Cómo pudo pasar eso?" Abría bien los ojos, como si recién entonces acabara de comprender lo que había pasado y la suerte que había tenido en sobrevivir. Suerte y valentía, una astuta valentía que los llevó a ella y a Edek a desafiar el mundo y la historia.

Había sobrevivido a todo y todos, y sin embargo nunca la oí exigir venganza. Eso me asombraba, y en el fondo, me avergüenza decirlo, también me aliviaba por mi condición de goy : en lugar de detenerse en el odio hacia todos aquellos que la habían atormentado durante la guerra, Mira agradecía haber logrado salir con vida de aquello gracias a la ayuda de algunos católicos.

Luego de la guerra, continuaron con el trabajo en la industria textil y, ya en la Argentina, lograron montar una fábrica que se convirtió en una de las más importantes del rubro. Como se dice, triunfaron en la vida. Formaron una familia feliz y acomodada. Mira viajaba regularmente a Nueva York, París y Punta del Este, visitando amigos y familiares y disfrutando merecidamente de su vida sin la menor cuota de rencor.

Una vez por mes, les entregaba a Mira y a Teo algunos capítulos de la novela para que ella desplegara su prodigiosa memoria al corregir el nombre de una calle polaca y para que Teo conociera su historia y la de sus padres.

En los últimos encuentros, Mira comenzó a apagarse. Los médicos le diagnosticaron una enfermedad terminal casi al mismo tiempo en que yo terminaba de escribir la novela. Sería un lugar común decir que esperó a contar su historia para aceptar la muerte. Pero por como se dieron los últimos días de su vida, también sería decir la verdad.

Cuando leyó el final, llorando, dijo: "Fue todo así, hicimos todo para proteger a Teo". Estaba tan emocionada y agradecida como yo. Rápidamente, con esa fuerza colosal que le permitió sobrevivir a tantas cosas, dijo: "Con este libro usted y yo vamos a ganar el Nobel". Confiaba tanto en su destino que no podía pedir menos que eso, y su personaje irradiaba tanta seguridad que era capaz de hacerte pensar, aunque fuera sólo por un segundo, en que debías reservar los pasajes a Estocolmo.

La enfermedad avanzó rápidamente. Pronto tuvimos que aceptar con dolor que Mira no llegaría a ver el libro de su vida y recibir el reconocimiento merecido. Por intermedio de mi editora, Glenda Vieites, de Editorial Sudamericana, la historia de Mira y El ghetto de las ocho puertas llegó a oídos de Jorge Fernández Díaz, que se interesó por la protagonista y la entrevistó para su columna Historias de Vida que publica en LA NACION.

El día de la entrevista Mira ya estaba en silla de ruedas. Su peluquero había ido a su casa para peinarla. Aunque estaba lúcida y divertida como siempre, en la lentitud de sus gestos podía adivinar que le costaba mantenerse levantada de la cama. Eso no le impidió posar ante el fotógrafo con una sonrisa cansada pero plena de orgullo. Cuando el fotógrafo se marchó, pude verla rendirse al respaldo de la silla. Sin preocuparse por ocultarme su cansancio, me dijo: "Usted es mi séptimo nieto". El sentimiento era mutuo, pero me gustaba que nos siguiéramos tratando de usted. Me despedí sin saber que ésa sería la última vez que la veía.

En esos días su estado empeoró. El sábado siguiente, cuando la nota salió publicada, Mira ya no podía soportar los dolores. Dicen que sólo se calmó cuando su nieta Ana le enseñó su foto en el diario. La nota era emocionante, y hablaba de "una mujer con dos terribles secretos" que, para alivio de Mira, ya no eran tales.

En un último gesto de novela, al día siguiente de que su historia saliera en la tapa del diario, Mira perdió la conciencia. Ya no tenía nada más que decir. Y tres días después, murió.

Fue enterrada junto a su marido en el cementerio de La Tablada, rodeada por familiares y amigos que guardaron el silencio que sólo merecen los héroes.

Recuerdo que una vez me dijo que quería que su historia se conociera porque "eso" no podía volver a pasar. Hoy que acaba de salir publicado "nuestro" libro, sigo lamentando que ella no pueda verlo en la calle. Me tranquiliza saber que ese relato que durante un año sonó sólo en los auriculares de mi mp3 ahora llega a otros, en especial a cada uno de sus hijos, nietos y bisnietos, y que así todos podrán conocer, entender y disfrutar la asombrosa historia de Mira Ostromogilska, la protagonista de El ghetto de las ocho puertas , la abuela de mi amigo Ary.

© LA NACION

Muchas gracias Marcela, por tu colaboración con el blog, es una historia más de mujeres que se destacan por su fuerza y entereza!!!



Mi Madre ( por mi amigo Manuel de España)


Esta foto es de mi madre, creo que puedo presumir de madre guapa…. no? pero siendo así no es lo mas importante de ella.

Era una mujer trabajadora, que mantuvo junto con su esposo una familia durante los duros años de la posguerra Civil Española, años de hambre y necesidades sin cuento, que ella a base de trabajo y trabajo pudo solventar.

Ella y mi padre trabajaron como animales durante muchos años, para conseguir que sus hijos pudieran tener un plato de comida en la mesa por lo menos dos veces al día, una educación, y una formación como personas.

Alma nos pide algo que pueda servir como punto de su blog dedicado a las mujeres esta es mi aportación el recuerdo a una madre adorable, trabajadora, abnegada y….

GUAPISIMA

Manuel


Gracias Manuel por esta hermosa historia, este respeto, recuerdo y amor a tu madre y en ella a todas las mujeres que lucharon codo a codo con sus compañeros para llevar la familia hacia una vida buena

lunes, 28 de diciembre de 2009

Cuando me amé de verdad ( Charles Chaplin)

foto Valeria Vergara

Cuando me amé de verdad comprendí que en cualquier
circunstancia, yo estaba en el lugar correcto, en la hora
correcta y en el momento exacto y entonces, pude relajarme.

Hoy sé que eso tiene un nombre…”AUTOESTIMA

Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y
mi sufrimiento emocional, no es sino una señal de que voy
contra mis propias verdades.

Hoy sé que eso es…”AUTENTICIDAD

Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera
diferente y comencé a ver todo lo que acontece y que contribuye a
mi crecimiento.

Hoy eso se llama…”MADUREZ

Cuando me amé de verdad, comencé a percibir como es
ofensivo tratar de forzar alguna situación, o persona, solo
para realizar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el
momento o la persona no está preparada, inclusive yo mismo.

Hoy sé que el nombre de eso es…”RESPETO

Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que
no fuese saludable…, personas, situaciones, todo y cualquier cosa
que me empujara hacia abajo. De inicio mi razón llamó esa actitud
egoísmo.

Hoy se llama…”AMOR PROPIO”

Cuando me amé de verdad, dejé de temer al tiempo libre y desistí
de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro.
Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero
y a mi propio ritmo.

Hoy sé que eso es…”SIMPLICIDAD

Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y
con eso, erré menos veces.

Hoy descubrí que eso es la…”HUMILDAD

Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y
preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es
donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez.

Y eso se llama…”PLENITUD

Cuando me amé de verdad, percibí que mi mente puede atormentarme y
decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, ella
tiene una gran y valiosa aliada.

Todo eso es…”SABER VIVIR!

“ No debemos tener miedo de confrontarnos…
…hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas. ”

Brunilda y Bonifacio: el amor en los tiempos de Internet

Hay dos viejitos cara arrugada
que no esperan la muerte. No.
No piensan en ella.
Hay dos viejitos ojos de monte
que se levantan tan temprano
que hasta los perros los miran extrañados
buscan sus baldes para el ordeñe,
siembran, cortan, esquilan, duermen
y vuelven a esquilar
un matecito entre tarea y tarea
un caldo graso
adobe y tierra
y tierra
y más tierra hasta en las uñas

El prepara la bolsa de agua caliente
ella los cordeles y las sogas
ya no saben desde cuándo están juntos
sólo una foto humedecida les recuerda
que alguna vez se casaron y
desde ese día
la vida sólo se explica junto al otro
los pueblerinos los miran
extrañados
no entienden cómo pueden
vivir sin luz,
sin internet





yo los miro y lloro
lloro por lo difícil que es
la sencillez para los mortales,
para los modernos,
para nosotros
los otros, los que temenos no envejecer acompañados

texto: Verónica Merli Fotografía: Jorge Piccini

Gracias Jorge, por tu desinteresada colaboración, tus fotos son extraordinarias....

Adictos al amor


"Porque lo amo"
Adictas al amor

¿Cuántas veces escuchaste o diste esta respuesta, frente a situaciones de parejas que durante años arrastran historias de desamor, violencia, indiferencia?

Mayoritariamente mujeres, pero también hombres, hay personas que llegan a anularse y a sufrir lo indecible "en nombre del amor".

Si seguro coincidiríamos en pensar que una relación afectiva que lleva al sufrimiento cíclico o permanente, no puede llamarse amor... entonces ¿qué es lo que hace que muchas personas sigan invocándolo cuando son declaradamente infelices en sus relaciones de pareja?.

Sentirse "necesitado/a".

Incapacidad para "arreglárselas solo/a"

Imposibilidad de afrontar socialmente la separación.

Incapacidad de criar a los/as hijos/as lejos del otro padre.

etc.

La adicción afectiva o emocional existe como cualquier otra adicción. Es más complejo identificar las adicciones que no son a sustancias. Sin embargo, fíjate : ambos sufren cuando "eso" (droga, alcohol, amor, trabajo, una persona, etc.) falta en sus vidas; y ambos llevan una relación ambivalente con "eso" que es fuente de toda su vida, y también de toda "desgracia".

La adicción afectiva implica una desvalorización intrínseca de la relación amorosa : cualquier sentimiento puede ocupar ese lugar. Desde el temor al abandono a la excitación sexual, pueden aparecer como si fuera amor.

Situaciones no resueltas durante su desarrollo afectivo, anulan en el adicto emocional el reconocimiento del sentimiento, así es que no existe la capacidad de diferenciar entre amor y otros afectos, incluso hostiles.

Historias infantiles de abuso, de secretos familiares, de infidelidades negadas, de violencia familiar, van generando desde niño o niña, una idea errónea del sentimiento amoroso, el que ha quedado -desde la infancia- ligado a ideas de desvalorización personal.

La personas se siente absolutamente imposibilitada de transitar la vida o un período de ella, sin pareja. Se siente impulsada a sostener a cualquier costo una relación afectiva, incluso al de la propia desvalorización y sufrimiento.

Surgen así "certezas" :

es imposible pensar siquiera la vida sin esa persona;

el otro algún día será el que se sueña que sea;

en un "fondo" que nunca llega, la persona que se cree amar en realidad es otra que la que muestra ser;

"por los hijos" es mejor mantener la pareja;

solo/a no podrá afrontar la vida.

Es habitual en estas parejas que -en un comienzo- surjan idealizaciones muy fuertes. El otro aparece como el hombre o la mujer "soñados", el "hecho para una/o".

En general son relaciones que comienzan como grandes pasiones y que a poco de andar hacen aparecer antiguos sufrimientos que carga cada uno en su vida.

El intento vano de sostener la fantasía inicial, lleva a la negación de ese sufrimiento que el vínculo con el otro convoca, y comienza un período de negación sistemática. Negación sistemática que es la misma que ha llevado la persona aún antes del vínculo amoroso, pero con este adquiere un nuevo sentido : sostener el ideal a través de sostener la relación con el otro.

De allí en más la relación de pareja se sumerge en el ida y vuelta del colapso a la pasión. Como esta última siempre reaparece, se comienza "desvalorizando" el colapso, hasta que este adquiere un sentido de permanencia y un grado de sufrimiento, que ni los tiempos de pasión logran subsanar.

Las carencias afectivas históricas, encuentran su respuesta fallida en la necesidad de estar enamorado... a cualquier precio. Incluso el de hacer de cuenta que no se ve lo que está a la vista : que en esa relación no existe amor.

Esa ida y vuelta del colapso a la pasión, "renueva" la sensación del enamoramiento. Esta es "la droga" que el adicto afectivo necesita. Si el amor no implica alegría, no es amor. En estos vínculos subsiste el desconcierto, la inseguridad y la euforia momentanea que el adicto afectivo confunde -por desconocimiento- con la alegría de un vínculo que enriquece la vida.

Este modo de vincularse no concluye con la separación. Prosigue en el vinculo futuro con la ex pareja, tanto como en la próxima búsqueda compulsiva del enamoramiento, y son personas "condenadas" a la repetición si no pueden detenerse -solas- a elaborar qué es lo que las lleva a ese modo de relacionarse afectivamente.

Al adicto afectivo le cuesta mucho permanecer sin pareja, necesitan del otro para sentirse personas completas. Tienen más o menos graves incompletudes en su autoestima, que lo lleva en la adultez a sentirse imposibilitados tanto de vivir sin el otro, como de encontrarse con un otro que no repita una historia infantil dificil.

La idea de que va a cambiar cuanto más amor el/ella le entreguen es una constante en estos modos de vincularse, que tal vez encuentre su raíz en haber tenido una infancia teñida de este sentimiento que permitió la supervivencia en vínculos fundamentales caracterizados por el desamor.

Relaciones de este tipo pueden durar toda la vida, mientras el dolor sea soportable. Cuál es este umbral de dolor soportable, depende de cada historia personal.

Muchas veces existe la plena conciencia de que el otro "le hace mal", sin embargo el adicto no puede ni ponderar la idea de dejar sufrir. Es allí cuando aparece la fantasía de que el otro "ya va a cambiar"; o de que él/ella es a su vez una víctima de alguna otra relación que lo lastima.

Ideas del tipo : "pobre, con lo que sufrió en su infancia... es por eso que me pega"; o "no lo reconocen en su trabajo, por eso viene de mal humor"; cuando no : "tiene razón... es que tal cosa que hice estuvo mal", van "justificando" el seguir sosteniendo un vínculo esencialmente desvalorizante para el adicto afectivo.

La baja autoestima de ambos miembros de la pareja es una constante en estas relaciones, las que a veces llegan a modos psicopáticos de vincularse, bajo estilos de manipulación y violencia psicológica severos para ellos y los hijos e hijas, que son SIEMPRE víctimas en el sostenimiento en el tiempo de estas relaciones afectivas de los padres.

Estas relaciones -cuando terminan- lo hacen siempre en estados depresivos más o menos profundos de uno o ambos miembros de la pareja.

No "curarse" de estos modos de amor, es la condena a la repetición en las futuras relaciones afectivas.

El adicto afectivo es un niño o una niña haciendo cosas de grande, su modo de amar no ha crecido, no se ha desarrollado, sigue siendo aquel que "quiere" a su osito de peluche, sin poder reconocer en él a un ser independiente, sin poder "pensarse" él mismo lejos de su juguete, aunque permanecer lo haga sufrir...



Lo que decimos, y lo que queremos decir


LAS 10 PALABRAS MÁS USADAS POR LAS MUJERES!!!


1) BIEN: palabra usada para terminar una discusiòn cuando creen tener razòn. Quedate callado.

2) 5 MINUTOS: si se està vistiendo significa media hora. Si estás jugando o viendo un partido y tienen que salir o hacer otra cosa entonces son sólo 5 minutos.


3) NADA: La calma antes de la tempestad. Quiere decir algo… y deberias estar alerta. Discusiones que empiezan con NADA normalmente terminan con BIEN (ver punto 1).

4) HACÉ LO QUE QUIERAS: es un desafio, no un permiso. No lo hagas.

5) GRAN SUSPIRO: palabra no verbalizada que, muy a menudo, los hombres no saben interpretar. Significa que piensa que sos un idiota y se pregunta por qué esta perdiendo su tiempo peleando con vos, discutiendo sobre NADA (ver el punto 3).


6) LISTO: Es una de las palabras mas peligrosas que una mujer puede decir a un hombre. Significa que una mujer necesita pensar muy bien antes de decidir cómo y cuándo hacértelas pagar.

7) GRACIAS: Una mujer te agradece; no hagas preguntas o no te desmayes; quiere solo dar las gracias (pero si dice MUCHAS GRACIAS es puro sarcasmo)

8) COMO QUIERAS: es el gentil modo femenino de decirte andate a la mierda!!!!


9) NO TE PREOCUPES QUE YO LO HAGO: otra frase peligrosa; significa que una mujer pidiò a un hombre algo algunas veces pero se tuvo que dar por vencida y le tocó hacerlo a ella misma. Esto llevarà al hombre a preguntar Pero ¿qué hice de malo? La respuesta de la mujer es el punto numero 3.



10) QUIÉN ES?: En realidad te està preguntando: QUIÉN ES ESA P***A Y QUÉ ES LO QUE QUIERE CON VOS, TURRO DE MIERDA???!!! !!!!' cuidado con lo que contestás...