martes, 29 de diciembre de 2009

IRENE ( por Angeles)


IRENE


Irene vino al mundo en un campo de trigo, en el campo que su madre segaba a jornal cuando le vinieron los dolores del parto.

Tenía 14 años, había crecido entre pinares, junto al fragante aroma de la resina de los pinos y el dulzón y acre olor del ganado.
Era la mayor de seis hermanos. Sus padres eran jornaleros en el campo, su padre de cuadrilla y su madre solo en ocasiones, cuando su vientre que se resistía a quedar vació por mucho tiempo se lo permitía.

Con sus cortos catorce años, Irene era feliz, había poco que comer y poco que vestir, pero ella gozaba de esa felicidad que se tiene cuando el futuro todavía no esta escrito.

Aquel año el invierno fue extremadamente duro, el trabajo escaseaba en el campo y la despensa estaba más vacía de lo habitual; por eso no resulto extraña la visita del párroco, no era la primera vez que pasaba por la casa de Irene con un cestillo con patatas o legumbres, hecho que se celebraba en la casa con desmedida alegría.

Miguel, el padre de Irene miro al cura y el desencanto apareció en su rostro, no traía ningún paquete consigo.

-Miguel traigo buenas noticias.
-Usted dirá Padre- los dos hombres se sentaron junto al hogar.
-Miguel, ya sabes que mi hermana vive en la capital… pues bien, me ha escrito y me ha dicho que unos señores que ella conoce… de muy buena familia por supuesto y muy bien situados…. Bien…. esos señores necesitan una chica para las faenas de la casa, la mujer que tienen desde hace años se ha puesto enferma y ha tenido que partir a su pueblo con el fin de restablecerse-
-¿Y eso padre, que tiene que ver con nosotros? - pregunta el jornalero todavía decepcionado por la ausencia de las dadivas comestibles del cura- Además, ya sabe que Maria esta encinta otra vez, por lo que no es el mejor momento para que se ponga a servir, ya sabe usted lo mal que se pone cuando esta preñada.
-Tranquilo Miguel, déjame acabar y lo entenderás.

El cura mira a Miguel con cara de satisfacción, -No es en Maria en quien hemos pensado mi hermana y yo, es en Irene, es una buena chica y muy trabajadora Miguel, seria un trabajo estupendo para ella y sobre todo para vosotros; tendrá que vivir en la casa por supuesto, pero el jornal no esta nada mal, tendrá comida y ropa… seria una solución para todos-

Miguel mira a Maria de reojo y esta asiente.

Irene se marcho un domingo de casa; en un pequeño atillo llevaba todas sus pertenencias, una muda, un par de medias que habían pertenecido a su madre y una bata heredada de una tía que había muerto en primavera; en un paquetito atado con un trozo de cordel guardaba la comida para el viaje, una cebolla y un trozo de pan negro.
-Madre, no quiero marcharme- dijo Irene con los ojos húmedos mientras recogía sus pocas pertenencias-Yo puedo ir a la era con padre, o ayudar a la tía Engracia en la tienda, seguro que me da algo a cambio de ayudarla.-

-No digas tonterías- contesto su madre, sabes que somos muchos en casa y no hay casi para comer, es un buen trabajo, así que déjate de remilgos y pórtate bien con esos señores, deja ya de hacer pucheros como una niña pequeña y suénate los mocos.

Irene miro a su madre, esta, era una mujer curtida por las necesidades, dura y fría como el hielo, jamás se dejaba llevar por tonterías sentimentales, su filosofía se basaba en que los sentimentalismos no dan de comer, por lo que era absurdo perder el tiempo con ellos. Irene hubiese dado cualquier cosa por un beso y unas palabras tiernas de su madre.

El viaje duro un día entero, Marcelo, el capataz de las fincas que daban de comer a casi todo el pueblo, marchaba hacia una pedania cercana a la estación de tren por asuntos del amo, por lo que la llevo en el carro hasta el apeadero más cercano, desde allí Irene hizo el camino andando hasta la estación donde debía coger el tren que la llevaría a la capital.
Una vez en la ciudad, la esperaba una sirvienta que trabajaba para sus nuevos señores, una mujer vieja y enjuta, con la apariencia de una rama seca y retorcida de sarmiento, que apenas abrió la boca durante todo el camino hasta el nuevo hogar de Irene, hecho que esta agradeció , se sentía tan aturdida que era incapaz de hablar.

Así comenzó Irene a escribir su viaje hacia el destino.

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Maria daba el pecho al pequeño nacido apenas un mes antes, mientras, Miguel intentaba atizar el fuego en el hogar; había llovido mucho las ultimas semanas y la leña estaba húmeda, un ligero humo llenaba toda la estancia, daba la impresión que la niebla que flotaba abajo en las eras se hubiese colado dentro de la casa, prolongando el aspecto irreal del paisaje dentro de la pequeña habitación.

-¡Padre! ¡Padre!- Jacinto, el segundo de los hijos entro corriendo en la casa-
-¡Padre! ¡Irene!, Irene viene por la cuesta, es ella seguro.

Maria y Miguel se miraron.

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-Eso que dices no puede ser verdad, seguro que son imaginaciones tuyas, el padre Antón dice que es una de las mejores familias de la capital.
-Hija ¿Estas segura de lo que dices?
-Si padre, creame, no miento, ese hombre… ese hombre me da miedo…
Si supiera usted como me mira… y me persigue… cuando nadie le ve. Si supiera lo que me dice… Irene sollozaba de manera callada mientras hablaba con sus padres.

-Estas confundida, seguro- Maria mira con gesto recriminatorio a Irene-Lo confundes todo, no eres más que una niña que ve fantasmas donde no los hay…

Irene volvió dos días después a hacer todo el camino de regreso al infierno; sus padres decidieron que los nervios y la lejanía del hogar producían extrañas visiones en Irene, que ningún fundamento sostenía sus extrañas ideas, ni siquiera comentaron nada con el padre Antón, valedor de aquella destacada familia.
Irene tenía que regresar, debía hacerse adulta y si daban pábulo a sus fantasías difícilmente lo conseguiría.

La primavera se agotaba y el verano llamaba ya a la puerta.
El día que regreso Irene ni una sola nube manchaba el cielo, una ligera brisa mecía los campos de cebada recordando un inmenso mar de reflejos verdes.

La vieron en la puerta cuando regresaban del pinar, acurrucada junto al banco de obra que rodeaba el porche. Parecía dejada caer, inmóvil, como una estatua a la que el tiempo ha borrado los perfiles. Lo único que aun parecía tener vida en ella, era su mano derecha que aferraba con fuerza una carta.

Todo lo que sucedió después fue confuso, Irene no hablaba, se dejaba llevar como un muñeco de aquí para allá sin decir palabra, sin que sus ojos miraran, solamente aferraba la carta, sin soltarla, como si esta fuera un puente entre ella y el mundo exterior.

Tuvieron que arrancarle la carta de las manos y mandar llamar a Don Antonio, el medico del pueblo de al lado, con el fin de que reconociera a Irene y les leyera la carta; eran muy pocos en los alrededores que supieran leer.

La carta era de la señora de la casa donde Irene había estado trabajando, y en ella mostraba su más absoluto rechazo al comportamiento de Irene, comportamiento que la obligaba a despedirla de manera fulminante. Irene había resultado ser en opinión de aquella sensata mujer poco más que una mujerzuela, indigna de seguir trabajando en aquella respetable casa. No solo era evidente su comportamiento atrevido y procaz para con el señor, si no, que eran evidentes sus intenciones inmorales con el mismo. La prueba de todo esto era la más que evidente preñez de Irene, de la que le era imposible dar razón a su familia a causa del disoluto comportamiento de la muchacha, solo Dios debía saber que pobre desgraciado podría ser el padre de la criatura que Irene llevaba en su vientre.

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La partera la animaba a gritar, le decía que ayudaba a soportar los dolores del parto, pero Irene solo apretaba la boca, ningún sonido salía de su garganta, era así desde el día que regreso. En casa al principio se preocuparon, pero el paso de los días y semanas sin que la actitud de Irene cambiara, había conseguido que terminaran por aceptarlo.

-Mira hija- dijo Maria mostrando un pequeño bulto arrugado y oscuro que no paraba de gimotear - Es una niña, mira a tu hija Irene-.

Irene miro a su madre y por primera vez en meses mantuvo la mirada fija.
-No entiendo lo que dice madre, no se de donde se ha sacado la loca idea de que eso que lleva en brazos es mío. No tengo ni idea de lo que me habla, no tengo ninguna hija, solo tengo quince años madre, como voy a tener una hija-. Irene sintió que un confortable vació la llenaba, noto la caricia de la nada, la dulzura del frió que empezaba a instalarse en ella y por primera vez en mucho tiempo, sintió algo parecido a la felicidad.

A la niña la llamaron Juliana; Juliana se convirtió en la hija pequeña de Maria y Miguel y nunca llamo madre a Irene, ni esta, la miro ni la trato nunca como a una hija.

Pasados muchos años Irene se caso con un pastor de un pueblo colindante, tuvieron siete hijos y vivió una larga vida llegando a los noventa y ocho años de edad.

Juliana por el contrario siempre vivió sola, pasando de ser la hermana de su madre, a la tía de sus hermanos, nunca se caso ni tuvo hijos; ya anciana, una mañana de invierno se tiro al rió, acabando así toda una vida de suplantaciones, donde ella nunca tuvo la palabra ni fue nunca la que era.

Irene fue mi bisabuela, nunca la conocí.
Mi madre guarda una foto de ella, una vieja imagen descolorida por el paso del tiempo, donde se ve a una anciana minúscula y arrugada, que más bien parece un nogmo que una mujer.
Mi madre dice que fue una mujer seria y adusta, que nunca daba besos ni sonreía, pero que cualquier excusa la servia para dar un buen pescozón.

Provengo de una larga estirpe de mujeres frías como el hielo y duras como las piedras, donde el deseo de sobrevivir las convirtió en estatuas de sal, mujeres que eligieron el vació al sufrimiento, quedando su impronta plasmada en los genes, como una especie de antídoto o legado para las siguientes generaciones.

Creo que en mi caso todavía no esta todo perdido, lloro a menudo (pero solo, cuando no me ve nadie).

Ángeles muchas gracias por compartir esta historia.... cuántas habrá como ellas, cuántas mujeres que nunca se animarán a hablar.... Gracias de corazón por tu colaboración. Mi querida Ángeles de España

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